Por Xavier Ibarreche
Ilustración El Charlee
Camina sobre el escenario, aplaude al público que lo vitorea sosteniendo pancartas que lo elogian. Sonríe. Se coloca junto al atril preparado para su discurso. Mira a su izquierda, entrecierra los ojos como si divisara a alguien a lo lejos y ensaya una pose para la foto. Nunca deja de sonreír. Toma el micrófono, agradece a Oklahoma por la recepción. Señala a su compañero de fórmula, lo aplaude y arranca con su discurso: “Empezamos nuestra campaña”. Vuelve a agradecerle al público por su presencia y lo reconoce como “guerrero”.
Son los últimos días de junio. En plena pandemia, Donald Trump inicia su carrera proselitista hacia la reelección como presidente de Estados Unidos. El acto es en la ciudad de Tulsa. Trump espera una asistencia récord: más de un millón de personas reservaron su entrada. El estadio tiene capacidad para 19.000, por eso se levantó un segundo escenario en la puerta del BOK Center para que el líder republicano le hable a la multitud que había quedado afuera. Pero pasaron cosas. Solo 6.200 personas asistieron al evento. La razón del vacío se supo enseguida: usuarios de TikTok y fanáticos del pop coreano trollearon a Trump: reservaron miles de entradas para nunca ir al evento. Nace el TikTokgate.
La Casa Blanca consideró el episodio como una amenaza a la seguridad de ese país. Y empujó a la plataforma de origen chino a vender sus acciones en Estados Unidos o de lo contrario prohibirá su uso.
La disputa tecnológica a cielo abierto entre Estados Unidos y China sumó un nuevo capítulo con la orden ejecutiva firmada por Trump para prohibir a las empresas norteamericanas “hacer negocios” con TikTok. TikTok desechó las acusaciones de espionaje y analiza presentar una demanda ante la Justicia norteamericana para seguir operando en ese país.
El ida y vuelta entre Trump y la plataforma china abre el juego a indagar en el cruce de actores e intereses más complementarios que contrapuestos. Una confluencia encuadrada en un doble estándar que puede afectar derechos tan sensibles como la privacidad y la libertad de expresión, favorecer la concentración de la economía digital y exacerbar la fenomenal explotación de información de la mano del big data. Una disputa geopolítica atravesada por los datos, las regulaciones a las plataformas y el opaco funcionamiento de los algoritmos. ¿Qué lugar ocupa Latinoamérica ante este escenario? ¿Cuál es la opción posible para países con desigualdades estructurales? ¿Estamos construyendo una salida tecnológica hacia el Sur?
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Mi pan su su su su su
Mi pan askkakus ñam ñam ñam
Mi paaaaaaaaaaaaaaaaan
Su su su su su sum
Mi pan su su su su su
Si no reconocés esta lírica quizás no seas el tiktokker que creías ser.
Una llama animada y el jingle de una publicidad rusa del 2010 se transformaron en un contenido viral gracias a miles de tiktokkers latinos que coparon la plataforma con su video cantándole a un cereal de miel ruso que por su fonética se convirtió en pan. #MiPan en TikTok se traduce en un sinfín de videos que suman 3.000 millones de visualizaciones. Canciones pegadizas y coreografías, la fórmula del éxito de una red social que no para de crecer.
Con más de 1.900 millones de descargas en todo el mundo, TikTok se consolidó como un boom durante la pandemia del COVID-19 a fuerza de lo que mejor sabe ofrecer: videos virales. India lidera el ranking de penetración de la app en lo que va de 2020 con 100 millones de descargas. Le sigue Estados Unidos con 50 millones de descargas desde el inicio del año, alcanzando los 100 millones de usuarios sobre una población de 320 millones de personas. La aplicación fue prohibida en India porque las autoridades la consideran “perjudicial para la seguridad y el orden público del país”. Algo similar ocurrió en Estados Unidos.
Washington cimentó el argumento de que TikTok era una “verdadera amenaza” a la seguridad nacional, acusando a la empresa de ceder información sensible de los norteamericanos al gobierno de China y de favorecer la censura de contenidos por parte de Pekín. Acusaciones de espionaje que nunca fueron corroboradas, pero que dieron el pie para avanzar con una prohibición. Una solución que no parece ser una salida posible dentro del ecosistema de internet dominado por un esquema capitalista que concentra en pocas manos la crema de la economía digital. ¿Creerá Trump que se puede barrer a las empresas chinas de la carrera tecnológica? Parte de esa brumosa estrategia se erige en la construcción de un doble estándar vinculado con la protección de los datos personales y con el modelo de negocios de las plataformas digitales made in Silicon Valley.
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Cuando abrimos TikTok por primera vez nos aparece una lista de temas para elegir. Así le decimos a la app qué tipo de clips queremos ver. Los intereses que ofrece la plataforma son tan variados como simples: humor, mascotas, baile, deportes, actividades al aire libre o simplemente, entretenimiento. Sin siquiera registrarnos ya arranca una tira interminable de micro videos con tendencias y “desafíos”, la especialidad de la casa.
A diferencia de otras redes sociales, en TikTok podemos generar contenidos con lo que allí circula: un audio en el repositorio de la app sirve para crear una pieza que luego otro puede utilizar para hacer su propio contenido. Videos que a su vez podemos publicar directamente desde la app en Instagram, Facebook o Twitter.
El secreto de TikTok para que nunca lo soltemos pasa por el fenomenal rastreo de información sobre lo que hacemos en la app y que le ayuda a construir la interminable lista. La potencia de ese masajeo de información pasa por el registro de lo que miramos y el tiempo que le dedicamos más allá de los likes, los comentarios y los follows que hagamos. Big data en su máxima expresión.
Cabe preguntarse por el tratamiento de esos datos para abordar la carrera tecnológica que hoy tiene como protagonistas a Estados Unidos y a China. Se trata de la llave que abre el cofre de la fenomenal explotación de información asociada a nuestro consumo digital y que tiene a la inteligencia artificial como el talismán en la batalla por nuestra atención.
Parte de la estrategia de Estados Unidos es posicionarse como protector de los datos de sus ciudadanos. Sin embargo, cuenta con una legislación laxa respecto al tratamiento de datos al tiempo que aún resuena el opaco manejo de las agencias de inteligencia y que tuvo su pico de conversación con las revelaciones de Edward Snowden en 2013. “En Estados Unidos existe un ecosistema de vigilancia con normativas que fuerzan a las empresas a entregar ciertos datos al sistema de inteligencia norteamericano”, aporta Leandro Ucciferri, abogado que investiga el impacto social de la tecnología para la Asociación por los Derechos Civiles (ADC).
Lo cierto es que gran parte de los datos que TikTok recopila son comparables con los que almacenan otras plataformas como Facebook, Google, Instagram o WhatsApp. Cada vez que usamos las aplicaciones para chatear, enviar mensajes, publicar fotos de nuestras vacaciones o buscar algo en internet generamos un enorme repositorio de datos. Rastros digitales propios que se combinan con rastros digitales ajenos y que derivan en un patrón de comportamiento. Un ecosistema de explotación de información basado en la captación de nuestra atención. “Si cada país siguiera los mismos criterios que Estados Unidos aplica para TikTok deberíamos prohibir a todas las plataformas estadounidenses por similares motivos”, suma Bernadette Califano, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del CONICET. Y bastante de eso hay detrás del TikTok gate.
El diferencial que convirtió a TikTok en un éxito es su efectivo algoritmo para recomendar videos. Un potente y certero sistema de inteligencia artificial que nos ofrece un sinfín de clips según nuestros intereses. Si te sumergiste durante un buen rato en #MiPan será inevitable que cuando abras la app otra vez te aparezcan los nuevos videos creados por tiktokers cantándole a un pan que en realidad es un cereal ruso.
Se corre el telón de fondo detrás de la disputa tecnológica entre Estados Unidos y China: el desarrollo de la inteligencia artificial alimentada con la información que generamos. El uso de big data para la toma de decisiones por sistemas automatizados se extiende a prácticamente todas las ramas de la economía. Desde hace varios años en el sistema financiero, en el reclutamiento laboral, en los sistemas de salud e incluso en cuestiones vinculadas a la seguridad ciudadana se usan algoritmos nacidos y criados en Silicon Valley o en Shenzhen, universo retratado en el libro “Armas de destrucción matemática” de Cathy O’neil.
La pregunta a desentrañar es cómo operan estos sistemas en los cuales las grandes empresas tecnológicas invierten cada vez más dinero. Una discusión que en Europa tiene su Libro Blanco y que en América Latina comienza a debatirse con la redacción de recomendaciones de la UNESCO para el diseño de políticas públicas vinculadas al uso de inteligencia artificial. “No estamos en el mismo lugar que hace cinco años. Las iniciativas proponen principios de ética a la inteligencia artificial y quieran las empresas o no, la cuestión avanza”, anticipa Natalia Zuazo, especialista en política y tecnología.
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TikTok es la versión para occidente de Douyin, la app de videos que ByteDance lanzó en 2016 y que sólo funciona en China. La plataforma pasa inadvertida en el ecosistema digital que dominan Google, Facebook, Amazon, Apple y Microsoft. La empresa fundada por Bill Gates quiere comprar TikTok y se comprometió a “garantizar” que los datos de los usuarios estadounidenses serán almacenados en Estados Unidos, eliminando la información que se encuentre en servidores fuera del territorio norteamericano. La compañía incluso agradeció a Trump por las discusiones para avanzar con la compra, blanqueando las conversaciones entre Satya Nadella, CEO de Microsoft, y el presidente de Estados Unidos.
Con la venia oficial de por medio, y a la luz de la amenaza de prohibir a la app china sino pasa a manos norteamericanas, Microsoft se posicionó como el posible comprador de TikTok. Un win win para ambos. Microsoft pisaría más fuerte en el mercado de las redes sociales que no domina sumando una potente herramienta de inteligencia artificial, mientras Estados Unidos se anotaría un punto en su batalla tecnológica contra China.
Para Microsoft China no es un terreno desconocido, desde los años noventa realiza un trabajo de hormiga liderado por Gates para promover el desarrollo tecnológico en el gigante asiático. La empresa echó raíces con sucesivos encuentros con los líderes chinos y con el desarrollo del Microsoft Research en Pekín, apostando al trabajo de futuros líderes del sector tecnológico como Zhang Yiming, quien en 2012 fundó ByteDance.
Las buenas migas dieron sus frutos. Microsoft cuenta con un privilegio único ante los férreos controles que el gobierno chino impone al acceso a internet en ese país. Dispone de dos de las tres principales plataformas extranjeras desbloqueadas con contenido generado por usuarios: LinkedIn, la “red social” de los profesionales, y GitHub, el repositorio de código que se convirtió en referencia para los desarrolladores de todo el mundo.
El desembarco de Microsoft en TikTok no haría más que concentrar el dominio de Silicon Valley en la economía digital global. Vale mencionar que los CEO de Facebook, Amazon, Apple y Google, comparecieron ante el Congreso de Estados Unidos para responder preguntas por presuntas prácticas abusivas en base a sus posiciones dominantes en el ecosistema digital. Sin embargo, hacia el exterior Washington defiende a las big tech. Si a TikTok la compra una empresa norteamericana podría seguir operando, pero si continúa bajo capitales chinos la podría bloquear. Algo similar sucede cuando algún país amenaza con cobrarle impuestos a las grandes empresas tecnológicas: Trump responde con subirle aranceles de importación a ese país.
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La economía digital tal como la conocemos se construye en base a un extractivismo de datos en pocas manos, potenciado por el uso de inteligencia artificial que tiene a China y a Estados Unidos como grandes jugadores. ¿Cuál es el horizonte de América Latina ante este escenario? Las principales plataformas digitales a las que alimentamos con nuestros datos se concentran en Silicon Valley y cobra cada vez más fuerza el papel preponderante de China como principal exportador de tecnologías de reconocimiento facial.
La salida posible incluye construir una narrativa sólida sobre la importancia de nuestros datos en el ecosistema digital, ni más ni menos que la rueda que la hace girar, centrando el debate en cómo regular estos modelos de negocios de la explotación de datos sin optar por el camino de los bloqueos. Para evitar una posible dominación digital, Califano, la investigadora del CONICET, sugiere “diseñar estrategias para resguardar la soberanía de los datos de los usuarios”. Ucciferri, de la ADC, propone legislar normas vinculadas al tratamiento de datos personales “con estándares que respondan al contexto latinoamericano” dominado por las brechas digitales. También es urgente tomar el toro por las astas y reglar los desarrollos en inteligencia artificial.
El fomento a la innovación tech pensada desde América Latina debería ser el primer paso: colocar en el centro de la agenda de las políticas públicas acciones concretas para el desarrollo digital que tenga como norte revertir las desigualdades estructurales en la región sin caer en un solucionismo tecnológico.
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