Pence representa el ala más conservadora y radical del Partido Republicano.
Siempre en el costado o un paso detrás, dispuesto a dar la cara con temas incómodos y dueño de una personalidad sobria, el vicepresidente Mike Pence logró convertirse en estos últimos tres años en un hombre de confianza de Donald Trump y una de las personas que más influyeron en su agenda conservadora y, por momentos, radical.
En la marcha del millón de mujeres del día siguiente a la asunción de Trump, mientras la marea humana denunciaba y se desesperaba por la nueva figura presidencial, un grupo de parejas amigas del estado de Indiana alertó a Télam: «Un Gobierno de Trump va a ser malo, pero uno de Pence sería mucho, mucho peor».
Hacía solo un año Pence había promulgado como gobernador de Indiana la Ley de Restauración de la Libertad de Religión, rodeado de líderes religiosos y conocidos activistas anti LGBT. La norma permitía que cualquier negocio pudiera discriminar a una persona homosexual y negarle atención o el servicio por su identidad de género.
La reacción fue inmediata y nacional.
Pence tuvo que dar marcha atrás y promulgar una versión más lavada de la ley, que las organizaciones de derechos civiles y LGBT también repudiaron. Pero su resistencia fue la punta del iceberg de una vida y una carrera política forjada desde los años 80 en el ala religiosa más radical del movimiento conservador, que finalmente pudo desplegarse con más éxito cuando llegó a la Casa Blanca.
A los 61 años, el compañero de fórmula de Trump se define seguido como «un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden». En un perfil de 2017, la revista The New Yorker le sumó: «un ideólogo doctrinario».
Pence nació en una familia de clase media trabajadora católica en una ciudad pequeña de Indiana. Su padre era un excombatiente de la Guerra de Corea y un comerciante que fue creciendo económicamente y su madre se autodefinía como «una esposa de Stepford», una referencia literaria para describir a las esposas que se limitan al rol estereotipado de amas de casas.
En la universidad, donde descubrió su talento como orador y conoció a su esposa, tuvo dos conversiones, una religiosa y otra política, según resumió en un perfil de 2018 la revista The Atlantic.
Siempre fue un creyente y activo miembro de su congregación y hasta pensó en convertirse en cura, pero al compartir la fraternidad con muchos «cristianos evangélicos» comenzó una gradual conversión, siempre de la mano del sector de la derecha religiosa de Estados Unidos.
Esta conversión se dio en paralelo a otra.
En 1980, Pence había votado a favor de la reelección del demócrata Jimmy Carter para la presidencia, pero una vez en la Casa Blanca, el republicano Ronald Reagan y su revolución conservadora ganaron su corazón.
En 1987 y en 1991 intentó sin éxito ganar una banca federal en el Congreso.
Su carrera política parecía haber muerto antes de comenzar, pero pronto le ofrecieron ser presidente de uno de los pequeños y locales centros de pensamiento que la base conservadora de Reagan impulsaba en todo el país en imagen y semejanza de la Fundación Heritage, la responsable de su agenda conservadora en lo social y liberal en lo económico, y una de las voces más importantes de la derecha hoy en el país.
A partir de este cargo, Pence empezó a construir una red de contactos con organizaciones y, principalmente, donantes conservadores, que terminarían siendo su principal base de apoyo para su carrera política.
También este fue el momento en que el hoy vicepresidente comenzó a articular sus posiciones políticas a favor de la criminalización del aborto, en contra de los derechos de la comunidad LGBT y a favor de la liberalización de los mercados y el achicamiento del Estado.
A diferencia de otros referentes del movimiento conservador, Pence se destacó por hacer esos planteos con un tono sobrio, lo que lo hacía parecer más racional y menos radical.
Tras casi una década cultivando este perfil y estas influyentes conexiones, en el año 2000, Pence logró ganar la banca de un congresista federal republicano de Indiana que se jubilaba.
En los 12 años que ocupó esa banca y hasta que saltó a la gobernación de Indiana, nunca presentó un proyecto de ley propio, según la revista The New Yorker, pero sí se convirtió en la principal voz del ala más conservadora de la bancada republicana.
Durante el primer Gobierno de Barack Obama, se puso al frente de las denuncias, los reclamos y muchas movilizaciones del movimiento radical Tea Party, por entonces en ascenso.
Llegó incluso a amenazar con no aprobar el presupuesto y cerrar al Gobierno, si Obama no aceptaba a desfinanciar a Planned Parenthood, una de las organizaciones más importantes del país que intentan garantizar el acceso a la salud reproductiva.
También se opuso fervientemente a las políticas ambientales que buscaban reconocer los riesgos del cambio climático y combatirlos.
Como gobernador de Indiana -el trampolín que algunos de los donantes más importantes de la derecha estadounidense esperaban le alcanzara para convertirse en presidente- también intentó avanzar la agenda conservadora -baja de impuestos y vetos a programas educativos y de salud pública-, pero su Ley de Restauración de la Libertad de Religión fue muy lejos y terminó su mandato muy golpeado no solo en Indiana, sino a nivel nacional.
Por eso, cuando Trump lo eligió como su compañero de fórmula en 2016 no estaba solo tratando de garantizar el apoyo de su estado -un distrito con tradición de voto republicano en las presidenciales de los últimos 50 años, excepto en 2008-, sino que buscaba el acompañamiento de los donantes millonarios y la base electoral del movimiento conservador.
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