3 de mayo de 2024

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“Los establos de Su Majestad” regresa de la mano de Arrojo

Foto Prensa
Foto: Prensa.

Además de su innegable atractivo como obra teatral, “Los establos de Su Majestad”, reconstituida por Sonnia De Monte sobre un original de 1973, tiene ribetes que escapan a la ficción de época y que son rescatados por el director Víctor Arrojo en el Teatro Municipal de la ciudad de Mendoza, donde fue estrenada dentro del programa “El Teatro Nacional Cervantes produce en el país”.

“Los establos…” habla del país, de lo previo a su nacimiento y también del día de hoy, con una continuidad que lo abarca todo: en un período indefinido, antes de la organización nacional, un grupo de personajes vinculados a la industria del cuero –elemento fundamental que se extraía del ganado cimarrón- dirimen una lucha de intereses que es una alegoría de realidades vigentes.

Ellos son un embajador británico impreciso pero definitorio, un militar al que no se nombra pero podría llevar el apellido Roca, un obispo de la Iglesia católica, personeros y personeras del campo apropiado a los pueblos originarios –esos que decretaron el nombre de “campaña del desierto” para definir un genocidio- y otros que orbitan como fuerza de trabajo y, acaso, como comentaristas a modo de coro griego. Pese a la gravedad de lo que se cuenta, todo es muy entretenido y con momentos de auténtico humor.

En épocas en que las colonias del norte del continente se unían para formar un solo y poderoso país, Inglaterra decidió pulverizar la unificación de las provincias del Sur, desde el Alto Perú –hoy llamado Bolivia-, pasando por la llanura pampeana y la entonces Banda Oriental. Adiós al sueño de la Patria Grande de José de San Martín y Simón Bolívar.

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La idea era desplazar como fuera a un Otro –se lo llama “el indio” y se lo animaliza- para extender los campos ganaderos y acrecentar ganancias, siempre en connivencia con el interés extranjero, por lo que el embajador, que para el director Arrojo es un muñeco desarticulado e irrisorio, es tratado casi como si fuera Su Majestad misma.

La historia es la de siempre: con la excusa de un presunto atentado contra un militar, las “fuerzas vivas” del lugar se reúnen en una ruinosa curtiembre para defender sus intereses de clase y no dudan en utilizar la injuria, la mentira planificada, la amenaza, la violencia y el cipayismo de un proyecto de “nación” que se proyectaba dependiente desde entonces.

Uno de los personajes declara la inutilidad de la “Zanja de Alsina”, sistema no letal de zanjas y mojones que intentaba frenar a los “malones” que amenazaban a la civilización, y propone abiertamente el genocidio sobre los naturales.

Hay que fijarse en el período en que los autores originales Fernando Lorenzo y Alberto Rodríguez (h) tejieron la trama, con el cese de la dictadura de Alejandro Lanusse y el regreso de las pautas democráticas con el sueño, para muchos, de una superación social y política. Se había cantado “Cámpora al gobierno, Perón al poder” y gran parte del teatro argentino priorizaba el enfoque político por encima de las habituales producciones del entretenimiento.

Según el código QR (del inglés “Quick Response code”) que sustituye al tradicional programa de mano, “recuperar las raíces artísticas y teatrales es valorar y consolidar la esencia de nuestras formas y necesidades de expresión. La reconstrucción histórica de ‘Los establos de su Majestad’ respondió al propósito de investigar los parámetros ideológicos, estructurales y metodológicos de un espectáculo local, inmerso en una época determinada por la presencia de fuertes y fieles ideales políticos y sociales”.

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“Se decidió entonces –prosigue el texto- estudiar especialmente los procesos de búsqueda y gestación de la puesta en escena realizada por un grupo de hacedores teatrales que bregaron, en aquella ocasión (1973), por la denuncia y el desenmascaramiento de la verdad a través de su creación artística, considerando siempre al hecho teatral como síntesis y reflejo de un hecho social.”

Hace medio siglo la fuente por excelencia de esa clase de espectáculo era la épica de Bertolt Brecht y los integrantes del grupo Taller Nuestro Teatro (TNT) la tomaron al pie de la letra: era una escena de confrontación y de barricada de la que el espectador debía salir transformado, conmocionado por haber visto en el escenario una pieza didáctica sobre la realidad de todos los días.

El TNT nació en la capital cuyana en 1970 y además fue un amplio espacio cultural que albergó exposiciones de artistas plásticos –Quino, Carlos Alonso, entre otros-, disertaciones que trascendieron las fronteras provinciales y que quiso formar nuevos oficiantes de la escena, hasta que en septiembre de 1973 subió a su escenario “Los establos…”, un obra que cumplía con aquellos presupuestos de mensaje y calidad.

Información para ver la obra

“Los establos de Su Majestad” puede disfrutarse gracias a la excelente acústica del Teatro Independencia de la ciudad de Mendoza (calle Chile 1184).

Siete funciones restantes (todas a las 21 horas):
22 de septiembre
30 de septiembre
5 de octubre
12 de octubre
19 de octubre
26 de octubre 
30 de octubre 

Según medios locales, “durante cuatro años, en ese lugar se produjeron y estrenaron obras que, por su temática, fueron pioneras para la Mendoza de esa época”, pero una madrugada de principios de 1974 una organización de ultraderecha -el Comando Anticomunista Mendoza (CAM), brazo local de la Triple A- colocó un aparato explosivo en la sede de la calle San Juan casi Alem y la hizo volar por los aires. Falleció uno de los teatristas que permanecían en el lugar.

Medio siglo después, el director y teórico Víctor Arrojo, nombre reconocido del teatro mendocino, reunió a un elenco de gran eficacia -Sandra Viggiani, Claudia Racconto, Fernando Mancuso, Daniel Encinas, Matías González y Pablo Díaz-, retomó la estética setentista y con el apoyo del Teatro Nacional Cervantes volvió a poner en escena una pieza que parece haber sido escrita ayer nomás.

La diferencia es que en lugar de la extensión de las tierras ganaderas podría inferirse la sojización.

Arrojo no hace arqueología pero reivindica la estética de aquel teatro político, con diálogos claros que podrían trasladarse a la actualidad, y además se vale de medios técnicos “aggiornados”: un actor y una actriz sobrevivientes del TNT aparecen en una proyección y detallan a modo de prólogo lo sucedido con el grupo, mientras la escenografía de Analía Quiroga –también autora de los efectos audiovisuales junto a Eduardo Rodríguez- sufre cambios permanentes con recursos simples, y hay aciertos de vestuario de Marcelo Mengarelli, iluminación de Majo Delgado y música y efectos sonoros de Aballay&Brachetta.


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