19 de abril de 2024

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«El teorema es como una pregunta, la respuesta es el filme en sí mismo»

Foto: Prensa.
Ricardo Mosner es un artista completo. Si bien en Francia es ampliamente reconocido como plástico, sus inicios en la Argentina y su aterrizaje en Europa estuvo asociado al multimedia y hoy, 40 años después de su incursión en el Viejo Continente, presenta una película de la que es protagonista, «El teorema de Mosner», dirigida por Daniel Melingo y Esteban Perroud, que se podrá ver durante mayo en el Cultural San Martín.

«El teorema es como una pregunta, la respuesta es el filme en sí mismo. Al final, hay como un cuadro terminado, que es como la solución del teorema», explica Mosner a Télam desde París. Ricardo se fue de la Argentina en 1972, en un viaje que lo reencontró en Francia con sus amigos Luis Alberto Spinetta, Miguel Abuelo y Víctor Kesselman, entre otros artistas.

Allí, cobijado por la actriz y música Elizabeth Wienner (con quien luego se casó y tuvo una hija), formó la compañía Teatro en Polvo, con la que recorrió Europa durante diez años, con un éxito bastante ascendente dentro del esquema under, en el que ya se había iniciado en sus incursiones al Instituto Di Tella.

«En el franquismo fundamos una compañía en Ibiza. Después hicimos teatro callejero. Luego nos llamaron de Ámsterdam y ahí ya se formalizó, con un espectáculo de mezcla de máscaras, música, teatro, danza, happening… en ese momento le decían ‘multimedia'», dice Mosner, quien contaba esa historia en el filme «Miguel Abuelo et Nada, el documental» (2017).

La compañía, si bien era redituable, era empujada «a pulmón, sin ningún tipo de subvención» y tras diez años de giras, «justo cuando empezaban a prestar atención los medios de comunicación», decidió dar un paso al costado para dedicarse de lleno a esa pasión que tenía de chico: el dibujo. «Cuando paré, se me hizo todo más fácil. Me propusieron exponer en museos y galerías y por 30 años tuve una emisión en France Culture, una radio muy de vanguardia. Todo lo que me faltaba de teatro lo compensaba ahí, con folletines y radio novelas».

Hace tres años se terminó la emisión, pero a Mosner le ofrecieron que leyera textos de Cortázar en modo de espectáculo, algo que a él le pareció «medio plomo». «Entonces propuse hacerlo con música y gustó. Continué con eso, que son fórmulas cortas de lecturas poéticas y teatrales, con músicos y bailarinas. Le llaman performance, pero a mi no me parece que lo sea, pero bueno, le dicen así».

Pese a esta vida de repercusión, en la Argentina su nombre es conocido sólo en un selecto grupo. «Sufro bastante no haber logrado el reconocimiento en mi país, pero igual soy como un representante argentino acá. Formo parte del Colectivo, que reúne artistas argentinos, y una vez al año hacemos una exposición. Este año festejamos los 15 años y somos como 200». Mosner siempre fue reconocido como representante, desde lo gráfico, del tango. Dibujó con ese «tapón» en diarios y revistas; hizo tapas de discos y afiches. Algo de lo que tuvo que escapar a lo largo de los años para no encasillarse.

Foto: Prensa.
«Me empezaron a llamar cuando necesitaban algo subtropical (risas). Acá me tomaban como un representante de la argentinidad en cuanto a la imagen, en la Argentina no sé cuánto me conocen», comenta.

La película la estrenaron en la Casa Argentina de París, en la presentación de un muro de 100 metros que Mosner hizo en la ciudad y a fin de mayo estará en la sureña Marsella, donde Manuel Cedrón le dará música a un texto suyo en la previa a la proyección.

Télam: ¿Cómo surge la idea de este docu-ficción?

Ricardo Mosner: Con Melingo hace bastante que nos conocemos. Cuando viene pasa por casa, a la noche, para tocar un poco y dibujar. Pasamos unas lindas madrugadas. Un día vino con Perroud para hacer lo mismo y él empezó a sacar fotos y filmar. No había ninguna perspectiva precisa. Más tarde me llamaron y me contaron la idea de hacer una peli a partir de la realidad y mi personalidad. Ellos tenían el escenario básico de un artista, en la lona; en el guion que habían hecho, yo no veía más los colores justo cuando tenía un pedido grande, que podía salvarme. A partir de ahí es una road movie, con la noche y fiestas de París.

T: ¿Cómo lo filmaron?

RM: Un poco por aquí y otro por allá. Cuando él venía a alguna fecha, íbamos metiendo imágenes. Lo hicimos a pedacitos. Como íbamos a filmar mucho en exteriores, había que hacer un poco el verso para que nos dejen en los bares. Hicimos muchas cosas en fiestas, que es algo recurrente en el medio de la pintura. La gente no sabía que estábamos filmando y hay mucho diálogo improvisados con gente que aparecía. Hay una noche que se llama la Noche Blanca (La Nuit Blanche), con todo abierto, y ese día filmamos y aparecieron cosas en la calle que no estaban previstas.

T: ¿Cuál es, en definitiva, «El teorema de Mosner»?

RM: La respuesta a esto es el filme y los problemas de la creación y sus respuestas erradas o no. En esa obra que se ve al final, yo siempre pongo mucha letra y tipografía en los cuadros, que tienen una coherencia interna y sentido plástico. Lo que coincide con mi estilo de trabajo. Formalmente, muchos cuadros son como trípticos o en cuatro partes, en donde iba elaborando y al final termina todo configurado con un orden en teorema.

T: La película toma cosas de tu realidad, y las ficcionaliza.

RM: Es como en los cuentos de Borges, que te dan datos reales y de golpe encuentran un agujero en la pared y se mezcla todo. Empecé a mezclar y exagerar lo que me pasa a mí. Ahora estoy zafando otra vez, pero pasé momentos muy difíciles. Muchos creen que tengo todo súper montado, pero no es así y durante el Covid fue fatal. Va y viene la cosa. Muchos de mis trabajos son gratis o casi, como tapas de discos o afiches, pero que no pagan ni un cuarto del alquiler del taller. Es un problema que tienen muchos artistas: yo tengo fobias administrativas. En cuanto a la película, a veces quería que en el guion al personaje le fuera un poco mejor, porque hay algo medio patético en él (risas).

T: ¿Cuánto se asemeja la película a tu realidad?

RM: La paradoja es que yo estaba en una situación terrible, pero en realidad yo tengo una especie de reputación por hacer cosas diferentes. Ahora acabo de hacer una trabajo muy grande, un muro en una estación nueva del subte, que es un cambio enorme para la ciudad y la casa de arte de ese lugar ha desarrollado mucho arte callejero, con ayuda oficial. Para el festejo se construyó un muro de 100 metros, y de un lado da a la avenida y al otro a una cancha de rugby. Durante los dos años de encierro estuvo todo mal, no podía hacer nada, se me clausuraron las cosas y me pospusieron otras. Ahora se está reactivando. Salió todo junto. Lo mas psicodélico de la película, para mí, es lo más cierto de la película.

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