20 de abril de 2024

Cadena Total

Presentes cada día

De cómo parte del botín del asalto al Policlínico Bancario terminó en un cabaret de París

El sangriento robo al Policlínico Bancario. Ilustración Osvaldo Révora.
El asalto al Policlínico Bancario, perpetrado el 29 de agosto de 1963, nació como un episodio policial de gran impacto. Sin embargo, el velo que ocultaba su verdadera naturaleza recién empezó a descorrerse en diciembre de ese año por una circunstancia lejana y fortuita: el hallazgo en París de billetes robados en aquella ocasión.

Semejante contrariedad condujo en Buenos Aires hacia los autores del asunto, pese a que la pesquisa ya lo había dado por resuelto meses antes a raíz de un sangriento error. Desde entonces, el hecho ocurrido durante aquella mañana de invierno en el barrio de Caballito pasó a la historia como el primer golpe de la guerrilla urbana en la Argentina. Un thriller del mundo real, cuyos actores –hampones de fuste, militantes políticos, un comisario célebre y otros policías que después integraron núcleo duro la Triple A– anticiparían el eco explosivo de los tiempos por venir.

La última ambulancia

Aquel jueves, el comisario Evaristo Meneses roncaba. Hasta que un timbrazo se le coló en el sueño. Aún adormilado, se encaminó hacia la puerta. Tras ella estaba el inspector Marcial Pecoraro. Lucía nervioso, y resumió lo del asalto al Policlínico Bancario de manera confusa, atropellándose con las palabras.

Al mediodía, el legendario jefe de Robos y Hurtos llegó al escenario del hecho. Y asimiló con gran indiferencia los datos empíricos de lo sucedido: dos empleados muertos, seis heridos y un botín de 14 millones de pesos (unos 100 mil dólares). Entonces, indagó a los testigos, recorrió el sitio y empezó a sacar sus propias conclusiones.

Todo se desencadenó a las 10:33, cuando una ambulancia Rambler con la sirena encendida llegó a toda velocidad al portón del Policlínico, frente a la Plaza Irlanda.

–Traemos un paciente – informó el que manejaba.

El guardia asomó la cabeza y vio sobre la camilla a un hombre pálido e inconsciente. Y asentó la hora en un cuaderno. El vehículo, ya sin sirena, avanzó lentamente hasta el estacionamiento, situado junto consultorios externos.

También apareció una camioneta IKA que, después de desviarse hacia la izquierda, se detuvo a metros de la tesorería. Traía el dinero destinado al pago del personal, 

Uno de sus ocupantes descendió para abrir la parte trasera. Ahí había un agente de la Policía Federal con tres sacas repletas de billetes. Lo acompañaba un cajero del banco. El policía también se bajó, extendiendo las bolsas hacia dos empleados  del Policlínico.

En ese instante estalló el infierno

Primero se oyó un grito, seguido por el tableteo de una ametralladora. La ráfaga barrió a los empleados; ambos murieron de inmediato. El cajero fue herido en una pierna, un guardia en el hombro izquierdo, un paciente en la espalda y el policía cayó con un brazo destrozado.

Fue cuando irrumpió una  silueta para arrebatar el botín.

Mientras tanto, sobre la entrada, el guardia había escuchado los tiros. Y abandonó la garita para ver lo que pasaba. Pero una pistola se le incrustó en la garganta; la sostenía un hombre que había estado escondido entre los árboles. Recién dejó de apuntarle al ser levantado por la ambulancia, que salía con el acelerador clavado a fondo.

Un Valiant, que aguardaba en la esquina, también arrancó. La ambulancia fue encontrada minutos después, abandonada a pocas cuadras, con su legítimo usuario bajo los efectos de algún narcótico y atado sobre la camilla.  No lejos apareció el Valiant.

Meneses supervisó la recolección de huellas. Y antes de irse obtuvo la numeración  de los billetes robados. En su cerebro ya palpitaba una corazonada.

La noche del arcángel

El Policlínico Bancario, hoy. (Street view) El comisario no advirtió en el asunto ningún tinte político. En parte, porque en esa época aún se carecía de antecedentes sobre hechos con tal móvil. Además, los testigos oculares coincidían en un punto: el autor de los disparos había sido “un muchacho rubio”. Y Meneses no dudó: el asaltante de la ametralladora era nada que Félix Arcángel Miloro (a) “El Nene”, un pistolero de “la pesada” que había comandado varios “achacos” de envergadura.

Aquella hipótesis se vio robustecida por los dichos de Miguel “El Loco” Prieto, un malviviente devenido en “buche” del subcomisario Ramón Morales, quien –junto al subinspector Rodolfo Almirón y los suboficiales Aldo Daumas Jorge Riveros y Edwin Farquarsohn– integraba la mesa chica de Meneses.

Así, Miloro” se convirtió en el hombre más buscado de la Argentina.

“El Nene” era hijo de un obrero anarquista, tenía 27 años y había dado sus primeros pasos en el delito con el famoso Jorge Villarino (a) “El Rey del Boleto”. Luego formó su propia gavilla, secundado por Salustiano Franco (a) «Salunga». En una ocasión ambos se le escurrieron a Meneses de las manos tras un espectacular tiroteo que se prolongó desde Barracas hasta Balvanera. El “Pardo” –como se le decía al comisario– se las tenía jurada,

Luego del asalto al Policlínico, la patota de Robos y Hurtos realizó una serie de procedimientos en Capital y el Gran Buenos Aires, aunque sin ningún resultado. Lo cierto es que Miloro parecía tragado por la tierra. Hasta que un soplón batió un aguantadero en la provincia de Córdoba.

El 10 de septiembre, unos 150 efectivos de la Policía Federal rodearon una pequeña casa del barrio Sobremonte. Allí estaba Miloro con Franco y José Santorelli. Los acompañaba Ana Garbo, una amiga del trío.

La voz aguardentosa de Meneses vociferó:

– ¡Entregate, Nene! ¡Estás rodeado!

La respuesta fue una lluvia de balas. Y derivó en un tiroteo de película.

La metralla policial convirtió al inmueble en algo parecido a un queso gruyere. Pero la resistencia duraría hasta el amanecer y recién cesó cuando los pistoleros cayeron  abatidos.

Ana fue más afortunada: una ráfaga sólo le arrancó la pierna izquierda.

Ese día, el jefe de la Federal, Carlos Muzio, brindó una conferencia de prensa para anunciar que el asalto al Policlínico Bancario había sido –según su criterio–“totalmente esclarecido”.

A su lado, Meneses lucía exultante. Detrás de su corpulenta figura, el quinteto formado por Morales, Almirón Sena, Riveros, Daumas y Farquarsohn soportaba  los lamparazos de las cámaras con miradas algo perturbadoras.

La elección de las armas

El asalto en la primera plana de los diarios. A fines de 1963 se empezó a sospechar que Miloro no había tenido nada que ver con aquel golpe. Fue después de que la policía francesa localizara en París un puñado de billetes cuya numeración coincidía con el dinero robado.

Aquello llevó a los investigadores de la Federal –en base a un informe de la Interpol– hacia los hermanos Gustavo y Lorenzo Posse, quienes habían viajado a Francia para allí cambiar en francos una parte del botín. Pero no sin cometer la imprudencia de solventar con aquellos mismos billetes una noche de juerga en un cabaret de la Ciudad Luz.

Esos jóvenes, que provenían de una familia tradicional y simpatizaban con el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT), terminaron detenidos al regresar a Buenos Aires. Entonces hablaron hasta por los codos.

Así fue como se llegó a un militante del MNRT. Su nombre: Luis Nell. En el momento del arresto, los policías constataron con azoro su gran parecido con Miloro. Recién entonces comprendieron que El Nene había sido la tercera víctima fatal del asalto al Policlínico.

Meneses, que ya había pasado a retiro, se enteró de su equivocación al leer la noticia en el diario La Razón.

El accionar policial se lanzó a la búsqueda de un tal José Luis Baxter (a) “Joe”. Era el fundador del MNRT y había organizado ese golpe. Jamás darían con él, pero siete compañeros suyos fueron a parar tras las rejas.

Meneses fue tapa de revistas. Pero con este asalto se equivocó. El MNRT era una escisión “progre” del grupo ultraderechista Tacuara. En 1962, Baxter se había rebelado contra su jefatura nacional, encabezada por Alberto Ezcurra, para fundar su propia fracción. La misma abjuraba de la línea inspirada en el falangismo español y la prédica antisemita, al considerar a la clase trabajadora como eje político, recogiendo incluso algunas enseñanzas del leninismo. Un signo de época.

Sin embargo, con la ruptura, el grupo quedó huérfano de financiamiento y protección policial. Por esa razón, sus militantes salieron a robar comercios y desarmar vigilantes. Hasta que se decidió lo del Policlínico.

A comienzos de 1964, Baxter huyó del país. Estuvo en Cuba, Egipto y hasta como “observador” en la guerra de Vietnam. Regresó clandestinamente dos años después, tras una escala en Montevideo –donde supo vincularse a la la guerrilla tupamara–, y terminó en el ERP.

Una evolución política parecida experimentó Nell quien –excarcelado por la amnistía camporista– terminó siendo un cuadro de Montoneros.

Ambos fallecieron en 1973, pero –curiosamente– no a consecuencia de la violencia política. Baxter exhaló su último suspiro en un Boeing 707 que se desplomó cerca del aeropuerto francés de Orly. Y Nell –quién había quedado hemipléjico por un balazo durante la masacre de Ezeiza– fue llevado por dos amigos a un  puente de San Isidro; allí le entregaron una pistola y se suicidó.

Por entonces, los oficiales Morales y Almirón se habían convertido en jefes operativos de la Triple A, la organización parapolicial que, entre fines de ese año y 1975, ejecutó a 1.500 personas. Ellos –ya presos pero sin condena– dejaron de existir por causas naturales en 2007.

A su vez, Meneses murió senil en el Hospital Churruca a fines de 1992. Caprichos del destino.  

Adblock test (Why?)